Por: Édgar Mauricio Ferez Santander/ Lo que comenzó como un dialogo familiar se transformó en un incidente que me dejó cuestionando no solo la seguridad en estos espacios, sino también la interpretación y práctica de los valores cristianos en una iglesia que acoge a miles de devotos cada semana.
La Iglesia del 20 de Julio, un lugar sagrado para muchos, se convirtió en el escenario de un enfrentamiento inesperado. Mientras conversaba con un familiar en un tono elevado —algo común en nuestra familia y en las regiones donde hemos vivido—, un guardia de seguridad se acercó y, sin mediar protocolo, nos pidió que nos retiráramos del lugar. Aunque ya planeábamos irnos, la intervención del guardia fue inadecuada y desproporcionada.
Al cuestionar su actitud, la situación se tornó aún más tensa cuando el guardia del lugar, de manera xenófoba, insinuó que éramos extranjeros, específicamente venezolanos (por nuestro acento costeño), lo cual es irrelevante, ya que en Colombia la discriminación es un delito.
Este tipo de estereotipos y prejuicios son inaceptables en cualquier contexto, pero resultan especialmente preocupantes en una iglesia. La xenofobia, el odio y el miedo hacia los extranjeros, no solo es un delito en Colombia, sino que contraviene los principios fundamentales del cristianismo. La Constitución Política de Colombia, en su artículo 13, garantiza la igualdad de todas las personas ante la ley, sin distinción alguna, y prohíbe cualquier forma de discriminación, incluida la xenofobia.
Además, la Ley 1482 de 2011 establece sanciones penales para quienes cometen actos de discriminación por razones de raza, religión, nacionalidad, ideología política o filosófica, sexo, u orientación sexual.
La actitud del guardia no solo fue xenófoba, sino también homofóbica, al referirse de manera despectiva y burlesca a nosotros a través de su radio de comunicación. Este tipo de comportamiento no tiene cabida en una sociedad que aspira a la paz y al respeto mutuo, y menos en una iglesia que debería ser un ejemplo de amor y acogida, como lo predica el Papa Francisco.
Es alarmante que en una ciudad cosmopolita como Bogotá, donde la diversidad es parte de su identidad, aún ocurran estos actos de discriminación. La Iglesia, más que cualquier otra institución, debería ser un espacio donde se practiquen los valores de igualdad y respeto que Jesucristo enseñó. No soy católico, pero he defendido las acciones de la Iglesia en la búsqueda de la paz. Sin embargo, experiencias como esta me hacen cuestionar cuán fieles son algunos de sus representantes a esos valores y más viendo como sus trabajadores se comportan.
Este incidente es un llamado a la reflexión. La discriminación, en cualquiera de sus formas, es un delito en Colombia. Como sociedad, debemos rechazar y denunciar estos actos, promover la inclusión y respetar la diversidad. La Iglesia tiene una responsabilidad crucial en este aspecto, y es imperativo que sus líderes y empleados sigan las directrices del Papa Francisco, quien ha sido claro en su mensaje contra la discriminación.
La experiencia que viví no solo me afectó a nivel personal, sino que me hizo ver la necesidad de un cambio profundo en cómo tratamos a los demás, especialmente en lugares que deberían ser sagrados y libres de prejuicios. Es hora de que todos —fieles, líderes religiosos, y ciudadanos— reflexionemos y actuemos para erradicar la discriminación y la xenofobia de nuestra sociedad.
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*Historiador, Magíster de la Universidad de Murcia y Candidato a doctor en estudios migratorios Universidad de Granada-España.