Por: Diana Ximena Carreño Mayorga/ El producto histórico vinculado a esta problemática se remonta en el siglo XVIII y XX refiere a la predominación de la existencia de un orden social dominante llamado: patriarcado. Esta teoría de la dominación masculina se planteaba en aquella época, en 3 ejes fundamentales: En primera instancia, existía una cosmovisión androcentrista centrada en un binarismo de comprensión: hombre/mujer, arriba/abajo, fuerte/débil.
Este binarismo fue interiorizado en la época, de tal manera que su uso sobrepasaba la justificación de los actos violentos, la reivindicación o si quiera el cuestionamiento ante los discursos para deslegitimar u obtener justicia ante los casos puesto que, se percibía real, justo y finalmente conductas neutras y aceptadas. Absurdo, ¿Verdad? …
En segunda instancia, los cuerpos en aquella sociedad se asumieron desde una visión mítica del mundo en la cual predominaba la relación arbitraria de dominación del hombre sobre la mujer. Y en última instancia, la existencia de un principio simbólico que representaba al hombre como una persona activa y a la mujer como una persona pasiva. Dicho esto, se creaba, organizaba, se expresaba y se dirigía ‘’el deseo masculino como deseo de posesión, de dominación erotizada’’
Desde esta explicación histórica y algunas otras teorías de dominación masculina como la teoría de la alianza que ejemplifica al matrimonio como un mecanismo de intercambio social que refuerza la cohesión y la cooperación de la sociedad donde el papel del género, en este caso de la mujer, es visto como agente de intercambio, así pues, concede al matrimonio esencia de la supervivencia que permite acceder a recursos, aumentar su poder social y económico o las teorías de Darwin donde simplifica las diferencias de poder en las características biológicas; se parte de la premisa del patriarcado como un sistema social, político y cultural en que los hombres suelen ocupar posiciones de poder y privilegio causando desigualdades, jerarquías perpetuando las estructuras opresoras hacía las mujeres.
Dicho lo anterior es imprescindible hablar de la problemática que estos pilares históricos y las estructuras sociales predominantes en la actualidad, conllevan a una violencia extrema y despiadada hacía las niñas y mujeres en Colombia.
La violencia de género tiene efectos devastadores en la salud física y psicológica de las víctimas, y sus consecuencias se extienden a la comunidad y la sociedad en general. Según la falta de intervención adecuada y temprana contribuye a la perpetuación del ciclo de violencia, lo que genera un impacto intergeneracional.
Las consecuencias psicológicas del maltrato crónico pueden resultar devastadoras para la regulación emocional de la persona que lo sufre. Un elevado porcentaje de víctimas de violencia presentan un perfil psicopatológico caracterizado por el estrés crónico, estrés postraumático (TEPT) y por otras alteraciones clínicas (depresión, ansiedad, síntomas depresivos, tendencias suicidas, baja autoestima, sentimientos de culpa, etc.). Ser víctima de violencia de género de alta o baja intensidad durante periodos prolongados produce daños, tanto biológicos como psicológicos.
Uno de los principales retos en la prevención de la violencia de género es la falta de programas de intervención efectivos, estandarizados. El anhelo más grande de este 2025 es el abordaje integral de estas violencias con enfoque en derechos y la vida misma de las mujeres. No desde los intereses políticos, de gobierno y religiosos sino sensatamente desde el trabajo del servidor público por hacer impacto y transformación social dignificando la vida de todas.
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*Psicóloga del Programa de Diversidad Sexual y Población LGBTIQ+ de la Secretaría de Desarrollo Social, alcaldía de Bucaramanga.