Por: Jhon F Mieles Rueda/ Trabajamos horas extras, sacrificamos fines de semana, nos perdemos cumpleaños, reuniones familiares, tardes de descanso y momentos simples, todo por “lograrlo”. Pero, ¿qué significa realmente lograrlo? ¿Es tener una cuenta bancaria con muchos ceros? ¿Tener el cargo más alto? ¿Ser reconocido y aplaudido por todos? ¿O será que el verdadero éxito también tiene que ver con lo que sentimos, con la paz interior, con la risa compartida, con llegar a casa y tener con quién cenar tranquilo?
El precio del éxito, ese que tanto nos han vendido, muchas veces es altísimo. Cuesta horas de sueño, relaciones rotas, salud física y mental deteriorada, y una constante sensación de estar corriendo sin llegar a ningún lado. A veces, cuando finalmente alcanzamos esa meta que tanto nos prometieron, nos damos cuenta de que estamos solos, cansados y vacíos.
No estoy diciendo que no se debe luchar por los sueños. Claro que sí. Hay que ser disciplinados, constantes y tener metas claras. Pero también hay que saber cuándo frenar. El problema no es querer superarse, es olvidarse de vivir en el proceso. Porque en el afán de tener una “vida exitosa”, muchos se olvidan de tener una vida.
Nos han convencido de que el éxito es incompatible con llevar una vida tranquila. Que, si estás tranquilo, es porque estás estancado. Que, si tienes tiempo para compartir con tu familia o para disfrutar un atardecer, entonces no estás haciendo lo suficiente. Y eso es una gran mentira.
El verdadero éxito, para mí, es tener equilibrio. Es poder trabajar en lo que te gusta sin sacrificar tu salud. Es poder esforzarte sin perderte en el camino. Es tener con quién celebrar tus logros y, más importante aún, tener con quién compartir tus fracasos. Porque la vida no se trata solo de llegar lejos, sino de disfrutar el trayecto.
Hay cosas que no vuelven: el tiempo, los momentos con los seres queridos, la infancia de los hijos, las tardes con los abuelos, las carcajadas en familia. Y si dejamos que todo eso pase mientras nosotros estamos trabajando o “haciendo méritos” para ser exitosos, el costo puede ser demasiado alto.
El éxito también es llegar a casa y que te reciban con un abrazo. Es tener tiempo para ver una película sin pensar en correos pendientes. Es poder apagar el celular sin miedo. Es dormir tranquilo. Es mirar atrás y sentir orgullo, no arrepentimiento. Es saber que diste lo mejor de ti, sin destruirte en el proceso.
Tal vez hemos malinterpretado lo que significa triunfar. Tal vez deberíamos redefinirlo. Porque no se trata solo de cuánto ganas, sino de cuánto disfrutas lo que haces. No es solo cuánto produces, sino cuánto te cuidas. No es solo cuántos logros acumulas, sino cuántos momentos compartes con quienes amas.
Es cierto que el camino al éxito requiere esfuerzo. Hay que madrugar, estudiar, trabajar duro, decir que no a muchas tentaciones y ser constante. Pero también hay que saber cuándo decir “hasta aquí”, cuándo parar a respirar, cuándo apagar la máquina. Porque si no lo haces, por más títulos, dinero o reconocimientos que logres, habrás pagado un precio demasiado alto.
Al final del día, ¿de qué sirve ser exitoso si no tienes con quién celebrarlo? ¿De qué sirve llegar a la cima si en el camino perdiste todo lo que te hacía feliz?
El éxito real no te aleja de la vida, te acerca más a ella. Te permite disfrutarla con plenitud, te regala tiempo, te da paz. Ese es el éxito que quiero y que muchos estamos empezando a valorar: uno que incluya a la familia, la salud, la calma y los pequeños grandes momentos.
Porque a veces, lo más grande que puedes alcanzar… es simplemente estar presente en los momentos importantes.
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*Profesional Agroforestal, escritor y político local.
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