Por: Javier Quintero Rodríguez/ Cuentan las generaciones que nos antecedieron que, en su época, las personas se empleaban de por vida, frecuentemente en la empresa donde habían tenido la fortuna de obtener su primera experiencia. Los jefes duraban décadas y el agradecimiento era eterno. Era un mundo que giraba más lento, empresas que producían para el mercado interno en un entorno de baja competitividad. Las fuerzas del mercado, competidores, proveedores, oferta y demanda se mantenían por años permitiendo que fuera poco lo que había que ajustar. Esto llevaba a que las nóminas fueran permanentes y cualquier contratación o despido era esporádico. Era un mundo de estabilidad laboral.
Los últimos 50 años han avanzado acompañados de globalización, apertura económica, desarrollos tecnológicos y de telecomunicaciones, la llegada del internet y una pandemia, entre otros, cambiando todas las dinámicas de las estructuras productivas y laborales, creando un nuevo mundo donde la escala de prioridades tiene al trabajo en un escalón mucho más bajo.
Para la década de 2010s la duración promedio de los empleos disminuyó a menos de 3 años en Colombia y si esto se acota al rango de trabajadores más jóvenes, el resultado es ostensiblemente menor. Si el trabajo es menos importante, el empleo es aún menos deseado y por consiguiente la estabilidad no es un factor decisivo para el empleado.
Desentendiendo estas realidades, y ciego además ante los altísimos niveles de informalidad, el gobierno de Petro ha insistido en una reforma laboral que, al contrario de buscar que las empresas puedan contratar más fácilmente, instauran barreras y trabas a la creación de empleo. La reforma laboral titulada “Para un trabajo digno y decente en Colombia” centrada en mejorar las condiciones de los trabajadores formales, lo hace en detrimento de la mayoría: el trabajador informal. Entre los argumentos desconectados y anacrónicos de la misma, se destaca el énfasis obligar a las empresas a mantener un empleado por mas tiempo del deseado, encareciendo su despido. “La reforma laboral se trata no solo de recuperar un mejor salario sino además mejorar la estabilidad laboral” explica el presidente.
Esta reforma y los excesivos aumentos en el salario mínimo efectivamente encarecen el empleo al cargarle más gastos a las empresas y vuelven inflexible la contratación, creando una estabilidad artificial de los empleos, a todas luces indeseable. Si un trabajador busca un empleo estable, lo debe lograr por esfuerzo individual y no porque una ley lo obliga. La empresa, por su parte, debe estar en la libertad de contratar y despedir en la medida en que lo requiera. Esta falsa estabilidad crea las condiciones para disminuir la productividad, empereza al trabajador y lo induce a la mediocridad, todo lo contrario, a lo promulgado por el jefe de Estado quien continúa su equivocada explicación asegurando que “la ganancia crece con una fuerza laboral más estable, más educada y por tanto más productiva.”
Quizás, en la época de nuestros abuelos, una reforma como esta habría tenido mayor sentido ya que por esos años aún no existía este Estado paternalista ni los derechos que la Constitución de 1991 aseguraron para los trabajadores -pero que solo se cumplen para la minoría formalizada-. Bienvenida sea una estabilidad laboral siempre cuando sea natural, deseada y obtenida individualmente por agregar valor a la empresa y no por unas leyes que, en principio, impedirán que muchos trabajadores sean contratados.
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*Economista, MBA.
Twitter: @javierquinteror