Por: Ruth Stella Catalina Muñoz Serrano/ Todos tenemos siempre algo que decir y que aportar, siempre algo que comentar, una postura con la que queremos definir el mundo en el que vivimos, sin que se nos pase factura por la coherencia de nuestras acciones.
Así es que nos presentamos inconstitucionalmente correctos, con una fachada moral que sale de lo humano y autentico, se extiende solo en la figura que debemos mantener.
Muchas son las cosas que conocemos de cerca que se deben denunciar, incluso en ocasiones somos cómplices de las acciones con mala intención o nuestras acciones están cargadas de odio y lo validamos solo porque es “justo” porque lo siento de esa manera y es válido defender mi visión de las cosas.
Encontramos en redes sociales a muchos opinando sobre cosas que no conocen o problemáticas que según su aporte podrán resolver, exigimos el cumplimiento de normas y leyes, pero no las cumplimos, inequívocamente, somos convenientes como sociedad, revelamos la dicotomía en la que nos encontramos, desde lo real y el yo discursivo.
Esa desconexión profunda que en muchos casos no se relaciona con empatía, sino con una desatención real que se provoca en nuestra estructura cerebral, entre lo que predicamos y lo que somos.
Por eso, es que muchos nos refugiamos, puede ser porque es lo único que conocemos o porque es más fácil evadir enfrentarnos a nosotros mismos, entonces nos paramos en arena movediza, que está llena de códigos y valores “flotantes o emergentes”, revelando que hemos puesto en un primer lugar lo superficial que, la conciencia.
Entonces, ser políticamente correcto no está relacionado directamente con la moralidad, puesto que una es la imagen que podemos proyectar, de la que somos responsables casi que aun 50% porque decidimos que mostrar con el entorno y, por otro lado, por como afrontamos las situaciones, se asocia, al carácter; lo que propone, que se sostenga el carácter desde cultivar raíces firmes y visibles, con las que el discurso sea coherente, honesto y claro.
Donde no sea necesario aparentar, sino que, sin un testigo que nos valide, podamos trabajar por cultivar acciones transformadoras, que sin que nos vean, podamos pensar y actuar bien, desde la justicia y el respeto, desde este punto comienza la coherencia, puede ser que desde ese punto, podamos dejar de ser inconstitucionalmente correctos, y seamos integrales en lo que somos y hacemos, que nuestro pensamiento se relaciona con nuestras acciones y finalmente, sea factible reconocer nuestro temperamento y carácter, como parte de lo que somos y hacemos, que libres nos relacionemos sanamente en sociedad.
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*Docente, Psicóloga (UNAD), Especialista en Gerencia de Proyectos (Uniminuto), Magister en Psicología comunitaria (UNAD).
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