Por: César Mauricio Olaya Corzo/ César Almeyda, mejor conocido como Kekar, nació donde los cabros se crían silvestres, donde las montañas tienen tanto poder, que abrazan el río, lo meten en un embudo y lo convierten en el imponente Cañón del Chicamocha. Allá mismo donde dicen que siembran el maíz a tiros y cortan el agua a machete cuando llegan las lluvias. La tierra de María Antonia la ventera, la del otro lado del río. Señas claras y precisas para confirmar que hablamos de Capitanejo, el único pueblo de clima caliente de García Rovira.
Con estas raíces, que sin duda debieron influenciar en la personalidad del provinciano y le hicieron templar esas cuerdas que llaman carácter: impronta indiscutible que le ha permitido al caricaturista más reconocido en Santander, hacer de sus garabatos una verdad de esas que duelen más que un jab de derecha en la mandíbula, especialmente a los políticos, diana de la gran mayoría de sus creaciones.
El sarcasmo, la ironía y el humor agrío del que saca risas al que mira desde la barrera y sangre, dolor, lágrimas y muchas rabietas en quien recibe las banderillas sobre el lomo de sus yerros, los aprendió vía la lectura del periódico El Espectador, que día a día le llegaba a su padre (único suscriptor de todo el pueblo) y funcionario de la Nacional de Tabacos. Allí reconoció el poder de la caricatura de Pepón, uno de los más ilustres representantes de este género y formador de otros maestros como el ácido Osuna, que todavía sigue sacándole punta a sus lápices con sus Rasgos y Rasguños, la tradicional viñeta política de cada domingo en El Espectador.
Tras unos años de obligatoria estadía en Barranquilla por temas referentes al trabajo de su padre, un buen día con los vientos de agosto de 1975, llega a Bucaramanga y toma en sus manos el periódico local, La Vanguardia Liberal como dictaba su cabezote. Una lectura rápida a los editoriales y en tres planchas de colegio y a tinta china, realiza sus primeras tres caricaturas. Con la certeza que ha dado en el blanco, las guarda en un sobre y sin mucho protocolo se acerca a las oficinas del periódico y las deja en manos de la primera secretaria que encuentra.
El 3 de septiembre de ese año, cuando el periódico celebraba sus primeros 56 años de vida, aparecen publicadas en las páginas del diario las primeras caricaturas firmadas con el seudónimo de Kekar. A hoy cuando se publica la última de ellas por decisión administrativa y de la dirección del periódico, han transcurrido 46 años de permanente presencia con el testimonio gráfico del acontecer político del mundo, de Colombia y por supuesto de la ciudad.
La mente de Kekar se abre con la lucidez que no se amilana a pesar de la crudeza del golpe inesperado que, sin anestesia, le golpea contra el piso de un mundo contra el que ahora deberá pelear por el sustento diario, pues duda que, a pesar de tantos años de trabajo, tenga la opción de una pensión digna que le permita descansar. Los recuerdos de tantos años, de tantos trazos, de tantas ocurrencias, traducidas en caricatura política, son en este momento, el mejor bálsamo contra la tristeza que lo embarga, de no haber recibió siquiera una llamada de sus altos directivos, a quienes él consideraba como de su familia.
Después de la quinta caricatura publicada, un día es convocado por la Secretaria de Gerencia, doña Zorayda Uribe de D´Silva quien le hace el anuncio: señor Almeyda, a partir de la fecha se le pagará 36 pesos por cada caricatura publicada, una suma cercana a los 700 pesos mensuales, dinero nada despreciable si se tiene en cuenta que el salario mínimo en Colombia era de 17 pesos.
Y no era para menos el reconocer el significado que traía para un periódico serio, una caricatura bien hecha, una presumible razón del director de la época Rodolfo González García, para defender su contratación de planta dos años después de la primera publicación. Bajo la jefatura de redacción de Guillermo León Aguilar y haciendo parte del equipo periodístico que entre otros conformaban Rafael Mendoza y Fernando Pabón en deportes, Álvaro Fonseca en temas de ciudad, Polo Patiño en política, Alirio Larrota en Judicial, y los reporteros gráficos Holguer López y Adolfo Herrera.
Con tres años en el periódico, un día recibe la primera de las dos grandes noticias de ese año. La primera, la llamada de Luis Carlos Galán Sarmiento, por entonces director del Semanario Nueva Frontera, proponiéndole ser su caricaturista de planta, con una oferta que doblaba la brindada por Vanguardia Liberal. Obviamente no había forma de negarse, solo que bajo una única condición: no cambiarse de ciudad y hacer las dos o tres caricaturas o ilustraciones semanales desde su casa en Bucaramanga.
La segunda, de tanto o más impacto, la llamada de Augusto Simonelli, director de los premios de periodismo Simón Bolívar, para anunciarle que acababa de ganarse el máximo galardón del periodismo nacional en la modalidad de caricatura.
Tras cuatro años trabajando como habíamos dicho, primero con el semanario Nueva Frontera y posteriormente llamado por el subdirector Juan Manuel Santos para que fuera el nuevo caricaturista de El Tiempo, obligando su traslado a la capital, un día el reclamo de la tierrita hace eco en su alma y regresa a las páginas de Vanguardia Liberal, donde desde 1987 y de manera ininterrumpida, convierte la página editorial en la tribuna de sus caricaturas.
Con esta carrera de entrega, de un trabajo digno y extraordinario, reconocido por amigos y contrarios políticos del diario, no puede uno dejar de preguntarse, ¿Ke Karajadas pasa con Vanguardia?
*Fotógrafo.
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