Por: Claudia Acevedo Carvajal/ En mi ejercicio profesional, tanto en contextos clínicos como forenses, he sido testigo de cómo los vínculos afectivos tienen un peso fundamental en la salud mental de las personas. En medio de los relatos de trauma, abandono, duelo o aislamiento, aparece con frecuencia un protagonista inesperado, pero profundamente significativo: el animal de compañía. Sea un perro o un gato, estos seres no humanos se convierten, en muchos casos, en los vínculos más estables y reparadores en la vida de quienes acuden a consulta. La relación humano-animal trasciende la simple compañía y se convierte, en muchos casos, en un vínculo terapéutico silencioso pero eficaz.
La relación entre los seres humanos y los animales de compañía tiene raíces milenarias. En las últimas décadas, sin embargo, la ciencia ha comenzado a explorar con más sistematicidad los beneficios que estos vínculos aportan a la salud mental. Un estudio de McConnell et al. (2011), publicado en Journal of Personality and Social Psychology, demostró que los dueños de mascotas presentan mayores niveles de autoestima, mejores relaciones interpersonales, y una mayor percepción de bienestar general. No se trata de una idealización emocional, sino de una evidencia objetiva: compartir la vida con un animal puede tener efectos positivos tangibles en el equilibrio psicológico del ser humano.
Los perros, por ejemplo, han sido reconocidos por su capacidad de promover rutinas saludables. Su necesidad de salir al exterior obliga al cuidador a mantener cierta actividad física diaria, algo que impacta directamente en la salud mental. La exposición al sol, el contacto con el entorno y la actividad física son factores ampliamente estudiados en relación con la mejora del ánimo y la reducción de síntomas depresivos.
Los gatos, por su parte, suelen brindar un tipo de compañía distinta, menos demandante en términos de actividad física, pero igual de significativa desde el punto de vista emocional. Su presencia silenciosa y su disposición a compartir el espacio sin exigir interacción constante los hace ideales para personas con trastornos de ansiedad social, depresiones mayores o condiciones de duelo.
Las cifras son contundentes. De acuerdo con la American Pet Products Association (APPA), en Estados Unidos más del 66% de los hogares tiene al menos un animal de compañía (APPA, 2023). Pero más allá de su presencia masiva, lo relevante es el impacto de esta convivencia. Un metaanálisis realizado por Brooks et al. (2018), publicado en BMC Psychiatry, revisó 17 estudios cualitativos e identificó que los animales de compañía pueden proporcionar estabilidad, conexión emocional y distracción positiva a personas con condiciones mentales como trastornos del ánimo, esquizofrenia y trastornos de ansiedad.
Otro estudio, liderado por la Universidad de Manchester (Brooks et al., 2016), con 54 personas diagnosticadas con enfermedades mentales severas, encontró que el 60% de los participantes incluyeron a sus mascotas como parte clave de su red de apoyo social. En muchos casos, los animales eran descritos como «la razón para seguir viviendo».
En el ámbito clínico forense, donde los contextos son particularmente duros víctimas de abuso, personas privadas de la libertad, individuos con historial de violencia o abandono, se identifica que cómo el vínculo con un perro o gato puede constituirse como una tabla de salvación emocional. A menudo, las personas que han perdido la confianza en otros seres humanos conservan, sin embargo, la capacidad de establecer relaciones significativas con los animales, por tratarse de vínculos libres de juicio y de expectativas sociales complejas.
La inclusión de animales en intervenciones terapéuticas no es nueva, pero ha ganado mayor reconocimiento en las últimas décadas. La terapia asistida con animales (TAA) ha mostrado ser eficaz en la reducción de síntomas de estrés postraumático (PTSD), ansiedad y depresión. Un estudio llevado a cabo por la Universidad de Purdue (O’Haire & Rodriguez, 2018) evidenció que los veteranos con PTSD que participaron en programas con perros de servicio mostraron disminución de los síntomas del trastorno, mayor calidad de vida y mejores habilidades de regulación emocional.
En contextos de vulnerabilidad, como el de adultos mayores que viven solos o personas con discapacidad, los animales actúan como reguladores emocionales y estímulos constantes de interacción. La responsabilidad de cuidar a otro ser vivo fortalece el sentido de propósito, lo que incide directamente en la prevención de pensamientos suicidas y en el aumento del deseo de mantenerse funcionales.
Desde la perspectiva clínica forense, esto plantea interrogantes y posibilidades. ¿Deberían considerarse los vínculos afectivos con animales dentro de las evaluaciones psicosociales de los sujetos? ¿Podría la pérdida de un animal de compañía constituir un evento traumático significativo en la historia clínica de una persona? A la luz de la experiencia, la respuesta es afirmativa. He escuchado relatos de duelo por la muerte de un perro o gato que han desencadenado episodios depresivos profundos, especialmente en personas con escasa red de apoyo social o con historias de abandono.
Reflexión final
En un mundo marcado por la fragmentación de los lazos comunitarios, la soledad creciente y las múltiples formas de violencia, los vínculos con los animales de compañía emergen como una fuente legítima de salud, contención y afecto. No son sustitutos de los vínculos humanos, pero sí son una vía complementaria y, a menudo, más accesible para muchas personas que no encuentran seguridad emocional en sus relaciones interpersonales.
Como psicóloga clínica forense, reconozco que las formas de sufrimiento humano son tan diversas como las formas de sanación. No siempre los recursos terapéuticos convencionales alcanzan; a veces, es la mirada incondicional de un perro o la presencia silenciosa de un gato lo que permite sostener la vida en momentos de vulnerabilidad extrema.
Los animales no hablan nuestro idioma, pero entienden el lenguaje del afecto, la constancia y la presencia. Son, en muchos casos, el recordatorio más claro de que el cuidado mutuo puede ser el primer paso para la reparación psíquica. Nos enseñan que la salud mental no siempre se encuentra en las palabras, sino también en los vínculos cotidianos, en el afecto no verbal, en la compañía sin condiciones. En un mundo que muchas veces hiere, ellos cuidan sin pedir nada a cambio.
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*Psicóloga, Magister en Psicología Jurídica y Forense Técnica en Investigación judicial y criminal.
LinkedIn: Claudia Acevedo
(Esta es una columna de opinión personal y solo encierra el pensamiento del autor).
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Referencias
- American Pet Products Association (APPA). (2023). Pet Industry Market Size & Ownership Statistics.
- Brooks, H., Rushton, K., Lovell, K., Bee, P., Walker, L., Grant, L., & Rogers, A. (2016). The power of support from companion animals for people living with mental health problems: a systematic review and narrative synthesis of the evidence. BMC Psychiatry, 16, 231. https://doi.org/10.1186/s12888-016-1111-3
- Brooks, H. L., Rogers, A., Kapadia, D., Pilgrim, J., & Lovell, K. (2018). Creature comforts: Personal communities, pets and the work of managing a long-term condition. Chronic Illness, 14(1), 37–50.
- McConnell, A. R., Brown, C. M., Shoda, T. M., Stayton, L. E., & Martin, C. E. (2011). Friends with benefits: On the positive consequences of pet ownership. Journal of Personality and Social Psychology, 101(6), 1239–1252.
- O’Haire, M. E., & Rodriguez, K. E. (2018). Preliminary efficacy of service dogs as a complementary treatment for posttraumatic stress disorder in military members and veterans. Journal of Consulting and Clinical Psychology, 86(2), 179–188.