Por: Camilo Andrés Maldonado Bautista/ El clima está loco, es la frase que escuchamos a diario por los cambios meteorológicos que se han empezado a presentar en los últimos años. La creencia ancestral y campesina de las cabañuelas basándose en el comportamiento del clima en los primeros días del mes de enero, utilizado como un indicador de lluvias o calor durante el año y tener una línea de apoyo en la actividad agrícola, ya no es un presagio valedero, pues se presentan temporadas frías en épocas de verano y de sequía en tiempos de seguro invierno. La Niña y El Niño son algunos de los fenómenos climatológicos que han afectado una nueva realidad ambiental mundial.
El deshielo de los grandes icbergs en los glaciares, la descongelación de las nieves perpetuas de nuestros grandes nevados y parques, inundaciones y sequías, son los efectos causados por el mayor depredador que tiene nuestro planeta, el hombre.
En efecto, el crecimiento desmesurado de las urbes irrespetando por completo los planes de ordenamiento territorial, la mayoría de las veces con la complicidad de funcionarios que autorizan urbanizaciones en zonas que históricamente han sido nacimientos naturales de agua, o se encuentran en zonas de alto riesgo, utilizadas por urbanistas piratas, han desencadenado una serie de tragedias en las que lastimosamente los afectados son miles de familias que en la mayoría de los casos no cuentan con recursos económicos para poder enfrentar una calamidad de esta magnitud.
Adicionalmente, la deforestación y colonización de bosques y zonas protegidas han puesto en jaque el mayor tesoro que tenemos: el agua. Ligados a graves problemas de seguridad nacional y desgracia de nuestras comunidades, como lo son el narcotráfico y la minería ilegal.
En esta columna vamos a enfocarnos en la minería ilegal, dado que grandes zonas forestales de selva y riveras de los ríos, son destruidas por maquinarias que sin importarles el detrimento y esterilización total de las tierras que intervienen, arrasan y asesinan sin ninguna compasión la flora y la fauna naturales, para utilizarlos con grandes plantaciones de cultivos ilícitos y de extracción de metales, obteniendo grandes utilidades económicas por estas actividades ilícitas e inmorales, que sólo engordan los bolsillos de grandes grupos delincuenciales y al margen de la ley.
También hay minería legal que no va de la mano con el medio ambiente, como ocurre con la entrada de transnacionales a zonas de paramos, para la extracción minera sin importarles los daños colaterales que siempre causan a la naturaleza, afectando especialmente al agua que es nuestra fuente de vida; los derrames de crudos como lo ocurrido en Lizama Santander son estragos que se pueden evitar si no nos dejamos deslumbrar por el brillo de las bonanzas, disfrazadas en tecnologías e inversiones que aparente y supuestamente son amigas con el medio ambiente.
Nosotros no hemos entendido el daño a la naturaleza y ayudamos en la destrucción del planeta: la alta demanda de vehículos que contaminan con sus emanaciones, el elevado consumo de productos que generan efecto invernadero, las industrias sin ningún tipo de control ambiental, la elevada producción e inadecuado manejo de las basuras, nos están empezando a pasar factura.
Debemos hacer un alto en el camino, ser responsables con nuestro entorno natural, ver por el espejo retrovisor y dejar de atentar en contra de la naturaleza que nos prodiga todos los alimentos, agua vida. Debemos protegerla cuidarla y consentirla, porque si seguimos maltratándola muy seguramente como lo han destacado en muchas producciones cinematográficas filmadas por uno de los mayores contaminadores del planeta, la lucha en un futuro no muy lejano será por un bien más preciado que el oro o la plata: el agua.
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