Por: Luis Eduardo Jaimes Bautista/ ¿A qué clase de pestilencia le huimos los colombianos, al covid-19 o a los gobernantes del estado colombiano?… El 9 de marzo éramos invadidos por el coronavirus y días después universalmente se declaraba la pandemia, ésta se extendía en un intenso debate teórico sobre el manejo de la sanidad pública. Una perorata de discusión con “acontecimiento” o “estado de excepción, en el territorio colombiano.
En doce semanas de encierro y teletrabajo y con un sinnúmero de actividades para olvidar en qué día se vive, lo más grato es olvidarse del bombardeo de noticias, el celular constantemente con sus mensajes, que en su mayoría el 90% no aporta nada, sino a perder el tiempo, acá es cuando ese computador llamado cerebro repasa lo pasado, lo presente y lo futuro. En una carpeta guardada en la memoria encontré el libro que leí cuando fui bibliotecario: “El hombre sin atributos” del escritor austriaco, Robert Musil (1911-1942) que guarda un contenido filosófico para decir, aquí tenemos un estado de hombres sin atributos y que abundan por doquier.
Sin meterme en esta caterva de los políticos que no existen hombres con atributos; porque un hombre con atributos es aquél que está más cerca de la realidad que de la posibilidad, aquél que ante un determinado paisaje observa los árboles sin percibir el bosque. Así, alguien con atributos está dispuesto para la brega en la realidad, él es capaz de vivir en el mismo nivel de percepción en el que la sociedad se encuentra, de tal modo que es un hombre íntegro. Ulrich, el personaje de la novela, sin embargo, es un hombre sin atributos, alguien para quien la realidad es un trampolín hacia la posibilidad y, por ello, sin dejar de estar aquí siempre está pensando en más allá, se encuentra a horcajadas, con el implícito peligro de la esquizofrenia y la marginación social a la cual el pueblo colombiano puede llevar a toda esa manada de usurpadores que han comprado la conciencia y la dignidad humana para gobernar. En esa biblia de mentiras que durante décadas han predicado y siguen predicando.
Será que le importa el pueblo colombiano y la clase trabajadora, al señor German Vargas Lleras, dueño de una parte del territorio o país, el cual lo ha sometido al hambre estando en esa oligarquía de los poderosos. Habla y todos callan. La situación que está pasando por el Covid-19, en un empobrecimiento y ruina a que nos quiere llevar. Su cacumen lo plasma en una columna de opinión en el diario “El tiempo”, que las garantías laborales que tienen los trabajadores se tienen que menguar o recortar para cubrir los huecos económicos que está dejando la pandemia. Favorecer el gobierno y los dueños (empresarios) del país.
Socarronamente detrás de las cámaras se ríen, no les interesa que aguanten hambre y vivan en condiciones miserables, las poblaciones del Choco, el Catatumbo, pueblos del cauca. No le interesa, sino todo lo contrario, protegen a los narcos y mineros ilegales. Las condiciones infrahumanas por la cual luchan los líderes, es sentencia a muerte.
No les importa que la población quede sin trabajo, se mueran en los hospitales, en las casas, en cualquier sitio; que no se les suministre los medicamentos, es otra pandemia que las EPS no atiende, y si cínicamente que continuemos con la peste y se sienta implacable con el resto de vida que a muchos les queda, porque la juventud no alcanza a llegar a la edad adulta, son reclutados por la delincuencia o bandas criminales. El país quedó con la lápida que los narcos marcaron: Ellos por encima del Estado y la justicia, lastimosamente desde los años 80s.
Les da igual que el desasosiego ocupe las horas solitarias del confinamiento. Que las casas y los edificios se llenen de violencia, mientras ellos predican la tolerancia y la solidaridad para favorecer sus intereses, dejando la vida en un trance insoportable de tantas muertes anunciadas, más que las que dejó la guerra o peor que este coronavirus sin vacuna.
La clase pobre es buena, lo que pasa es que la sociedad la corrompe. Las personas que nacen buenas con valores como decía Antonio Machado en contra de los delincuentes sólo necesitan, para hacer daño, comprar la justicia y tener un ordenador, crear sus grupos y una manada de serviles con cuentos chinos que les supone disponer de un escaño en alguna sede parlamentaria, departamental o municipal.
Siempre hemos sabido que la mentira emborra la realidad, pero aún peor cuando se convierte en el alimento principal del cinismo, de ese cinismo que demuestran quienes disfrutan expandiéndola sin sordina allá donde los poderosos medios de la contaminación informativa bombardean los oídos, los ojos y la mente de la gente. Y para terminar le recomiendo que lean el libro de Fernando Vallejo “Memorias de un hijueputa”.
*Poeta y escritor.
Twitter: @bizonteamarill1