Por: Diego Ruiz Thorrens/ La frase completa fue “¿Por qué no te matas? ¿Qué esperas? ¿Crees que vales la pena? ¡Mátate!”.
Las palabras fueron dichas de forma visceral, por eso del año 2014. Honestamente no recuerdo para qué instante del mismo transcurrieron los hechos (la razón, ese mismo año varios casos de la misma gravedad fueron recibidos por parte del Equipo de la Corporación VIHDA Nueva, actual Corporación ConPÁZes) más sí recuerdo la denuncia y que la frase fue dicha en medio de un caso nefasto de matoneo (o bullying) en un colegio oficial del Área Metropolitana (específicamente, Bucaramanga), por parte de un grupo de menores de edad que decidieron atacar hasta el desespero a un niño menor que ellos. Historia que llega nuevamente a mi mente.
Mario*, el pequeño que fue víctima de éste horrendo suceso debería tener unos 12, quizá 13 años para aquel momento. Los otros 4 chicos (según tengo entendido) tenían entre 15 a 17 años (supe que algunos eran de 10° grados y otros, de 11). Mario nunca contó lo sucedido a sus papás pero sí a su tía, persona que no solo era su madrina de bautizo. Era (y es aún) en especial su amiga: la misma que con el pasar del tiempo terminaría respondiendo por él, por su bienestar y su futuro y que buscó todo tipo de acompañamiento para salvar la vida y la salud mental de su sobrino. Luego regresaré a ésta historia.
El día 08 de febrero del presente año comenzó a circular por redes sociales un vídeo (que ni compartiré ni buscaré exponer) dónde una menor de 11 años era violentada de la forma más impune por varios estudiantes de un colegio oficial del Municipio de San Juan de Girón.
Sólo hasta que el vídeo se hizo público, la institución educativa mencionó que la menor venía siendo atacada no por temas de “relación interpersonal” entre estudiantes, sino que esta situación era el resultado de una problemática heredada por las familias de las menores victimarias y que terminaron arrastrando brutalmente la integridad de una menor, una niña, que no deseó responder con la misma moneda.
La justificación por parte del centro educativo, a mi parecer, no sólo es impertinente, es irresponsable. De ello quedó constancia cuando los medios entrevistaron algunos docentes de la institución. El mensaje fue “la institución no tiene el poder de velar por el bienestar de las/los menores con problemas tan complejos y particulares, y por ello, sucede lo que sucede”.
Quizá usted sea uno/a de aquellas personas que considera que ésta lógica es válida y razonable. Confieso, yo también lo hice antes de comenzar buscando razones que pudieran explicar dichas conductas tan erráticas y apremiantes. No las hay. No existen. A medida que profundizaba en la denuncia, más sentía que la responsabilidad atraviesa y rompe completamente el espacio intramural. En gran parte, todos/as y cada uno/a somos responsables que esto siga sucediendo.
La razón (o razones) a mi parecer no recaen en una única lógica sino en múltiples aspectos que debemos comenzar a divisar, y con ello, corregir. Ser menor de edad en Santander (especialmente niña), LGBTI, afrodescendiente, ROM, vivir con algún tipo de discapacidad física o cognitiva entre muchos factores más pareciera definir y ser la razón, el estigma necesario, para activar todo lo más nauseabundo y miserable de nuestra naturaleza humana.
Pareciera que la escuela dejase de ser un sitio seguro dónde se adquieren y potencian conocimientos, tornándose en un lugar dónde la integridad y la vida de los mismos quedasen en juego.
¿Por qué carajos nos estamos olvidando de la salud mental de los niños, niñas y adolescentes? ¿Por qué es tan difícil encontrar programas que salvaguarden la salud mental, emocional y física de los niños, niñas y adolescentes en Santander? ¿Por qué no funcionan? ¿Cuántos más casos de este estilo existirán?
Un ejemplo del peligro que viven algunos menores recae especialmente en los niños y niñas que se identifican como sexualmente diversos desde muy tempranas edades. Pesquisas realizadas por el equipo de la Corporación CONPÁZES en 15 colegios públicos y privados de la ciudad de Bucaramanga y su área metropolitana sobre matoneo (o bullying) en niños niñas y adolescentes LGBTI, entre los años 2013 a 2018, arrojaron información preocupante.
He de aclarar que los procesos de rastreo de información para algunos de los casos fueron difíciles en múltiples instancias, especialmente, porque la institución muchas veces, por no decir casi nunca, facilitaba el apoyo. Por ello, muchas de las pesquisas provinieron de información exógena (docentes que solicitaron no ser mencionados bajo ninguna circunstancia, alumnos que pedían capacitación en género, padres preocupados por algunos menores que eran vecinos o amigos de sus hijos). Se presenta el miedo al señalamiento público, al rechazo, o incluso, a la negativa de los padres que busquen esclarecimiento y acompañamiento a los menores implicados.
Todo lo anterior, sin contar con factores como la estigmatización social, la presión académica, la imposición de valores religiosos que rechazan la lucha de género y la diversidad sexual, entre otros.
Muchos de los menores víctimas de matoneo (especialmente, las niñas) no solo ven su integridad expuesta a la violencia física y verbal sino que algunos/as incluso han sido víctimas de ataques que rayan en la violencia sexual en razón de su orientación sexual e identidad de género, en complicidad y en completo hermetismo por parte de miembros del mismo cuerpo docente, de estudiantes y hasta de familiares de las pequeñas víctimas.
La fobia e incomprensión hacia la diversidad sexual nunca será razón ni excusa para imponer dogmas y fundamentalismos que descargan todo tipo de violencia sobre niños, niñas y adolescentes. Mucho menos, la naturalización social de estas violencias.
Se avecina una nueva puja por los principales cargos públicos del departamento, y el tema de salud mental en niños, niñas y adolescentes recaerá en el debate como sucedió en el 2016. Ojalá esta vez los políticos no caigan en falacias que busquen la segregación de nuestros menores bajo promesas políticas imposibles de alcanzar pero que la gente absorbe por una sencilla razón: esperan que los demás hagan lo que deberíamos hacer nosotros mismos, obviando de tajo lo principal: comenzar por amar y proteger a nuestros niños.
Mario* contó con la suerte al tener a su lado alguien que lo amara sin importar, para éste caso, su orientación sexual. Sin embargo, no todos los menores cuentan con la misma suerte.
Si usted conoce algún caso de violencia contra niños, niñas y adolescentes, comuníquese a la línea 141 del ICBF o diríjase a las oficinas de Infancia y Adolescencia de la Policía Nacional.
En Santander, puede escribir al correo conpazes@gmail.com
Twitter: @Diego10T