Por: Javier Quintero Rodríguez/ Mundo, mayo de 2020. En Asia y Europa los países con mayor número de contagiados, o controlaron la situación, o su curva de casos activos desciende, aunque persiste el miedo de una segunda oleada. En Colombia este indicador aún crece a tasas diarias promedio de 5%. La cuarentena en Colombia sigue vigente con unas excepciones. El gobierno intenta balancear el costo-beneficio de parar las actividades humanas. Las empresas, sin demanda, están ante el reto de reinventarse. Algunas no lo lograrán y morirán. Las que sí, tendrán que entender y adaptarse al nuevo ambiente de negocios. No es fácil, pero es posible.
Según The Economist, esta crisis ampliará tres tendencias: la adopción de nuevas tecnologías (como más comercio electrónico, más pagos digitales, más trabajo remoto y mayores innovaciones en el campo médico), que tendrán que ser adoptadas con mayor velocidad. Crecerá la aversión al riesgo en las cadenas de abastecimiento internacional (priorizarán la seguridad sobre las utilidades), y, por último, aumentará la desigualdad entre las empresas.
Esta última tendencia podría ser explicada por fenómenos como el acceso a crédito más limitado para las mas pequeñas, que las llevará a una mayor mortalidad en contraste con las de mayor tamaño, quienes ocuparán precisamente esos espacios en los mercados. Adicionalmente, la transformación digital necesaria, que requiere frecuentemente de una inversión considerable, será mas difícil en empresas con recursos más limitados.
Finalmente, las grandes empresas en dificultades podrán ser consideradas “estratégicas”, lo que llevará a los gobiernos a considerar asistirlas con prioridad, tal como se discute por estos días en el caso de Avianca. El mundo reabrirá con menos empresas, mano de obra más barata, los valores barajados, paradigmas reinstalados y con nuevas tendencias de consumo. Un mundo diferente y rudo, pero también de oportunidades.
Por otro lado, los gobiernos del mundo se enfrentan a complejidades sin precedentes. Las actividades productivas viven un choque doble de oferta y de demanda, el comercio internacional al mínimo nivel, el consumo y la inversión retraídos, ingredientes perfectos para una recesión con cara de depresión. El panorama de largo plazo también mostrará que ante menores ingresos y mayores gastos por la emergencia, las deudas soberanas se multiplicarán.
Aunque suena todo color de hormiga culona, si volteamos la moneda, vemos de nuevo oportunidades. Para Colombia, una reforma tributaria, más temprano que tarde, se revelará como una necesidad imperiosa que debe aprovecharse para corregir los desbalances del sistema actual. Los economistas serios ya han ofrecido las primeras ideas, como la remoción de todas las excepciones tributarias, el mantenimiento de las tasas y nuevos impuestos temporales solo para las personas de mayores ingresos. Hay argumentos sólidos y es el momento propicio para lograr que la reforma sea, de una vez por todas, estructural.
El obstáculo más grande para esto es, como decía Aldous Huxley recordado por Alejandro Gaviria, la sobresimplificación y la sobreabstracción, que llevan a entender mal los problemas, mover masas hacia direcciones erradas y a tomar malas decisiones. En otras palabras, no nos opongamos a cualquier reforma tributaria cuando ni siquiera hay un borrador.
También es esta una oportunidad de oro para contraer la burocracia estatal. La reducción del congreso que se viene discutiendo sería un buen comienzo, pero acto seguido debieran revisarse los salarios, tamaños y gastos de las asambleas departamentales y concejos municipales, a la luz de sus limitadas funciones.
Los órganos de control, dispersos entre tantas contralorías y procuradurías, son susceptibles de ser repensados y lo propio aplica para las cortes y la rama judicial, con capítulo aparte para la JEP. Es el momento perfecto para una amplia reforma del Estado, una oportunidad, tal vez única, que no debiera dejarse pasar.
El gobierno necesita aprovechar el momento para reformar, pues en el corto plazo le daría gobernabilidad y nuevos recursos, pero aún más importante, la historia se lo agradecería porque sentaría las bases de un Estado moderno y eficiente, fundamental para acelerar el desarrollo cuando la tormenta pase.
*Economista, MBA.
Twitter: @javierquinteror