Por: Gustavo Ortiz/ Mi primera experiencia docente en la región, regular por culpa de mi ego joven fue el año 2010 en San Vicente de Chucurí, pueblo hermosamente verde, cercano en kilómetros de nuestra Bucaramanga, pero la realidad social la había hecho, aún en este año, demorado de visitar. Gracias al arquitecto Ruiz Cardoso – fui su escritor fantasma en columnas para el periódico Galvis y al profesor Pedro Fuentes- no fue tan tortuosa la experiencia.
Antes de asumir un rol docente, lo ético es asumir la cotidianidad, dado el caso sentarse en los graneros frente al parque principal, escuchar el corazón de sus gentes, caminar y caminar calles sin agenda, conocer sus tesoros gastronómicos – en una esquina vendían unos chorizos, ay Dios; así procedí.
A partir que comunicar nos hace seres humanos y así se interactúan instantes, saberes, discursos, detengámonos antes de regresar a clases. Si no se comunica, los conocimientos no sirven, la obra de arte no existe, la existencia se hace un tejido sin fin. Una clase de español a un grado undécimo en la Fundación Colegio UIS no es la misma rutina que si se hace con la misma población en el Colegio Cooperativo de Bucaramanga en Campo Hermoso, este ejemplo tan elemental no parece obvio pero la sociolingüística nos enseña que todo texto es en situación. Si un docente y un estudiante respetan esto, la rutina se puede mantener en límites tolerables. Desde esos días a hoy, mantengo las mismas dudas como reglas.
De la colección Cuadernos del Seminario en educación, número 19, de la Universidad Nacional de Colombia, un libro recién impreso, reseño ciertos enfoques y estrategias puntuales de la pedagogía.
“Por eso, investigar, convertir el aula en un laboratorio para descubrir y redescubrirnos es clave para generar transformaciones no sólo de nuestras prácticas, sino de los procesos de aprendizaje de nuestros niños. Al respecto, no podemos olvidar que la espacialidad en la que nos desenvolvemos es una fuente de información que, las más de las veces, desestimamos en el diario vivir. ¿Cómo percibimos este espacio?, ¿cómo lo perciben los estudiantes?, ¿cómo percibimos a nuestros pupilos?, ¿cómo nos perciben ellos a nosotros?” nos trae la profesora Claudia Lucía Ladino y nos centra en poner esos saberes, en su investigación en este caso en lengua extranjera, sobre la cotidianidad que es cruzada en un espacio, en un contexto que no tiene fórmulas precisas. La única fórmula o enfoque es respetar la variable del contexto.
A hoy en día, decir que la tierra es plana, es inconcebible, pero la escuché de la ruta uno, hace dos años, del chofer de la Fundación Colegio UIS, colegio del que salí egresado. Por ese estilo, todos guardamos anécdotas. Por ejemplo, de mi institución me adeudan clases y denigran. Un contexto privado no es garantía.
“Bajtin explicó que la gente no habla con oraciones estructuradas, sino que se comunica con unidades amplias de comunicación o enunciados, y que la entonación expresiva –como rasgo del enunciado–, es decir, la elección de las palabras, tiene como propósito dar “chispa de expresividad” a lo que el hablante dice. En consecuencia, la oración no puede asumirse como la unidad de análisis discursivo, y el texto no sólo puede entenderse como una obra escrita, pues cada enunciado es un texto.”
Este fragmento de la investigación de la profesora Ladino en el cuaderno número 19, nos hace detenernos y me dirijo a las familias de los estudiantes y a ellos mismos, todas las formas de expresarse guardan sentido sea en español u otro idioma porque son una elección para comunicarse de manera práctica, real. La repetición, la plana de oraciones, repetir fragmentos de canciones – Bee Gees, Carole King, Beatles (my favorites), no hará que se aprenda un idioma, mi buen amigo Wilson Daniel me podrá corregir, sino el fortalecimiento se da en la interacción cotidiana. Cotidianamente pensar y hacer vida en inglés, si es el caso o en español, es la gran estrategia. Nuestro uso de palabras en español es reducido, coartan el espíritu de las relaciones humanas.
Este libro recoge las experiencias pedagógicas en el Guaviare que descentra del ejercicio normalizado en la enseñanza de lengua extranjera, de los textos a los enunciados, antes que nada, para lograr transformaciones. Porque como dice mi maestro amigo Fabio Jurado, se logra la alteridad, reconocer al otro y este es el primer basamento para una mejor sociedad.
Pensar en el otro, saber que es un rol amplio el de ser docente me acuerda en mi ruta entre San Vicente de Chucurí y El Carmen, a mitad de camino, en la concentración de desarrollo rural José Antonio Galán, haber terminado jugando congelados con el grupo de “crazys” del grado séptimo. A pesar de mi discapacidad, no me negué a ser joven. Hacer de la clase un suceso histórico es un buen ejercicio, como el día que decidí una colaboración en artes plásticas en una mañana de lluvia infinita, en que los cacaos rodaban por la difícil carretera como arcoíris a pedazos y los muchachos y muchachas como sabían de la actividad, llegaron llovidos con tal de vivir la experiencia. Tertuliar con los muchachos, en las constantes paras de la vía con gente entrañable como Pastor. Saben, si tuviera un puente comunicativo me radicaría de nuevo allí para escribir mis memorias.
Regresando a esta investigación y muy contadas veces se da en el salón de clase, enseñar a reescribir e interactuar este proceso nos muestra con trabajos de estudiantes la profesora Ladino y eso se debe de hacer en los tiempos de clase, no dejar como tarea. Esencial este detalle.
Ser un buen docente necesita una caja de herramientas básica, esto ya parece una exposición laboral; resumiendo las herramientas, reescribir, saber que los textos son y están en situación, trabajar el lenguaje como un arma de semiótica social. No se necesita un plan de área extenso como hacen muchos colegios públicos sino colocar un número finito de metas a lograr. Dar clase es un hacer vida, es lo único que vale, aprender tanto estudiante como maestro, eso aprendí de María Teresa Guerrero, bacterióloga UIS, ella que fue mi mejor familia. Recomiendo la lectura de los libros del Instituto de investigación en educación de la Universidad Nacional de Colombia, instituto dirigido por un poeta académico, Jesús Enrique Rodríguez.
Cualquier inquietud pedagógica recibo agradecido.
Acotación. En este ser leve pedagógico pregunto qué logran creando discusiones virtuales con Rodolfo Hernández Suárez, quien vive en una burbuja de su discurso y sufre pánico tertuliando cara a cara. Así jamás pagará sus culpas. Con este señor solo le haría una invitación al instituto de genética Unal, para darnos garantías como egresados de la misma alma Mater. El que entendió le avisa.
*Profesional en Estudios Literarios Universidad Nacional de Colombia.
Twitter: @estacionpoetas
Correo: geortizc@unal.edu.co
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“A la cacería de una imagen crítica” (Lslq)
(Esta es una columna de opinión personal y solo encierra el pensamiento del autor).