Por: Carlos Andrés Mahecha Silva/ Haciendo un recorrido por las apariciones subpresidenciales del nuevo mandatario del país, he visto que el hombre seduce personalidades con un balón de fútbol, viste sus colegas con la diez, lleva recados del presidente Uribe, ve con ojos de añoranza la monarquía, comparte el popular Karaoke, ignora sus compatriotas, se ausenta cuando recibe oposición y cree ser divertido y alegórico en sus discursos.
El hombre se permite posar de intelectual, sugiere enormes reformas pero (sus) proyectos sólo dejan ver el juego que realiza el presidente Uribe del policía bueno y el malo, y como si no fuera poco lo anterior, en la Casa de Nariño sólo recibe a cantantes despreciando las millones de solicitudes serias que tiene el pueblo.
Septiembre de 2018, Nueva York, Iván Duque, “sub-presidente de Colombia, decide regalar a Emmanuel Macron, presidente de Francia la Diez”. El sublime acto tuvo lugar ni más ni menos que durante la Asamblea General de las Naciones Unidas… ¡Qué belleza!
Ahora mi cabeza que poco entiende estos regalos se pregunta: ¿No hubiese quedado mejor un ejemplar de Cien años de soledad?
Un ejemplar de la novela de Gabo, además escrita en París, por un Nobel de Literatura, que entre otras sería un mensaje claro de las cosas que se deben sobreponer en un país que hoy ocupa un lugar vergonzoso en ignorancia… Así podría seguir, razones hay millones.
La respuesta me costó encontrarla, claro que me pude haber quedado con el contundente: “Es que es Duque, ¿qué esperas de él?” Pero después de buscarla, finalmente hallé la razón real de sus apariciones.
Al verdadero presidente de la República sólo le interesa el show nacional e internacional, así puede trepar en las fauces del Congreso una manada de micos en los proyectos de ley. Hilando más delgado, regalar una copia del ejemplar es declarar que Colombia lleva años fracasando en proteger las diferentes vertientes y pensamientos políticos.
Si analizamos las muertes de líderes sociales a manos de la carnicería paramilitar, las amenazas constantes, el número de desplazados internos, las interminables solicitudes de protección a la UNP, las desafortunadas repeticiones y salidas en falso del gobierno en temas de seguridad y un presidente que canta y se desespera por hacer una «treinta y una» y cree que acabar con el narcotráfico es decomisar cigarrillos de marihuana; pues entendemos que el hombre espera que la «Rosa de Guadalupe» le sople las canas recién tinturadas en campaña y que con eso bastará para tener cuatro años de alegría.
Entonces: ¿No hubiese quedado mejor un ejemplar de Cien años de soledad?
La verdad no. Un ejemplar del Gabo, implicaría aceptar que un hombre tuvo que salir de su país y estando en el exilio producir el más alto ejemplar de una obra literaria de Colombia.
Hubiese sido decir que en Francia un periodista con el alma en una Olivetti habría podido contar que en un país llamado Macondo ya no se podía vivir, sería aceptar en todo caso, que en Colombia la gente muere y se exilia a diario, que la gente deja sus corotos y empaca lo que le queda de vida en el bolsillo de la camisa.
Sería aceptar que el colombiano más grande en la historia de nuestras letras murió en un país que lo acogió, que no pudo descansar en ningún rincón de la “Colombiabonita” que todos soñamos.
Un ejemplar de Gabo abriría un debate sin dolientes: ¿Y los exiliados qué? ¿Son víctimas? ¿Son colombianos? ¿Son qué?
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