Por: Juan David Almeyda Sarmiento/ La polémica que deja tras de sí el caso del ex miembro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, y ahora senador de la república y miembro del partido Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común, Seuxis Pausias Hernández Solarte, mejor conocido como Jesús Santrich, no es algo que deba sorprender. Tras lo dilatado, y a la vez olvidado, que estuvo este asunto, la conclusión a la que se llegó era algo premeditado para aquellos que siguieron atentamente el proceso que se llevó para su investigación; sin embargo, lo que realmente sorprende es la reacción de las personas que defendieron los acuerdos y el Sí en el plebiscito, pero ahora niegan la participación de Santrich en la política.
Pensar la política tras lo pactado en La Habana ha sido un trabajo de entrega por parte de los actores políticos que participan en las distintas instituciones. El constante señalamiento del partido FARC es un claro ejemplo de la segregación política que, más allá de pensar por todos los ciudadanos, se presenta como parte de un discurso populista que encuentra en el odio común, en un chivo expiatorio, un mecanismo de control político.
Con Santrich, vuelve una idea bastante arraigada en el imaginario de la población colombiana, esa que defiende a los paramilitares sobre la guerrilla. Ambos actores tienen deudas que deben o están pagando, y bibliografía sobre esto fácilmente se encuentra en el Centro de Memoria Histórica; no obstante, habla mucho de la representación política de un país, y por extensión de una parte de la ciudadanía, la manera de aceptar con mayor facilidad a los antiguos miembros de los grupos paramilitares sobre los de la guerrilla. Sobrando decir, bajo la excusa de la falta de compromiso de la antigua guerrilla, que de la misma forma en que las disidencias de las FARC siguen existiendo, el paramilitarismo nunca desapareció, solamente cambió de piel.
Santrich, representa la revolución oxidada, esa misma que se dio cuenta que las armas ya no son la forma de transformar el mundo. Su participación política podrá ser inútil y superflua, contrastante con la de Álvaro Uribe, pero trae consigo un peso más profundo, un peso que encuentra sentido al demostrar que siempre y cuando exista el compromiso suficiente puede cambiarse la política guerrerista y bélica (que ha acompañado a Colombia desde antes de su independencia) por una donde la primera alternativa no sea la lógica del fusilamiento. El futuro, ese que se construye en común, depende de la capacidad de participar y actuar entre todos. La política se forma con la pluralidad propia del ser humano, por ende, Santrich es la prueba de pensar una política del compromiso que requiere, como diría Hannah Arendt: «la presencia y actuación de los otros, ya que nadie puede perdonarse ni sentirse ligado por una promesa hecha únicamente a sí mismo; el perdón y la promesa realizados en soledad o aislamiento carecen de realidad y no tienen otro significado que el de un papel desempeñado ante el yo de uno mismo».
Correo: juanalmeyda96@gmail.com