Por: José Luis Arias Rey/ Los últimos días han sido de una enorme convulsión para la humanidad, los incesantes incendios en Australia determinan una nueva hoja de ruta para la actividad industrial y el desarrollo propuesto desde la civilización occidental.
Causa estupor, ver la falta de conciencia ambiental del mundo occidental, que pareciera indolente frente a una tragedia de proporciones inimaginables, suponer, que el Koala, ese hermoso animal que hace parte de la memoria y de los recuerdos de cada uno de nosotros desde la más temprana infancia, podría desaparecer de la faz de la tierra, no deja de ser nada más aterrador.
Los países desarrollados deben revaluar sus modelos productivos y extraccionistas salvajes y deben considerar, amainar sus insaciables intereses económicos, en pro de preservar un hábitat, ya muy afectado por esas prácticas voraces.
Los países en vía de desarrollo deben procurar impedir, a toda costa, ceder a la tentación de multinacionales que prometen el oro y el moro al momento de iniciar sus actividades en estos países y contrario a ello, deberían establecer políticas públicas nacionales e internacionales de recuperación y conservación, desarrollando modelos de tasas internacionales ambientales, tendientes a obtener recursos que faciliten el desarrollo de sus naciones, pero no con base en la destrucción, sino con base en la recuperación y conservación del medio ambiente.
Los países industrializados, nunca podrán recuperar el hábitat devastado por la voracidad capitalista, pero pueden contribuir a la conservación de hábitats no intervenidos en países en vía de desarrollo, en procura de obtener de ellos los beneficios de generación de oxígeno y preservación de especies, que de ceder a las tentaciones extraccionistas, desaparecerán en pocas décadas, de ahí la propuesta de que paguen por esa conservación.
Los grandes capitalistas deberían apostarle no a procesos productivos, sino a procesos de preservación y recuperación ambiental, las grandes inversiones del final de la primera mitad del siglo XXI, deberían estar dirigidas a la limpieza de los hábitats afectados y a cómo generar riqueza desde esa actividad de reutilización de residuos, hasta ahora mirados con desprecio y en los cuales existen verdaderas oportunidades de obtención de materias primas para la actividad industrial, sin afectar el entorno de la vida y por el contrario generando condiciones más benévolas para el sostenimiento de la misma y del paisaje en general.
El mundo debe preocuparse por el sostenimiento de hábitats primarios y se deben generar hábitats secundarios, más amigables con la naturaleza; el fin de los Estados debe cambiar su chip economicista y propender por formas más humanas de interactuar con su entorno.
Es hora de empezar a hablar sin temor ni pena, de un humanismo ambiental, que prepare individuos para desarrollar una verdadera armonía entre el ser humano, los animales, la naturaleza y nuestro planeta, pero eso sólo se logra desde la intervención a temprana edad de los seres humanos, hay que enseñar a las nuevas generaciones, el valor de su entorno y la necesidad imperiosa de preservarlo, a fin de garantizar mejores condiciones de vida para las generaciones futuras, no solo de la humanidad sino de todos los seres vivos.
La política pública ambiental de la humanidad, debe dirigirse al apalancamiento de recursos no solamente nacionales sino internacionales, tendientes a la obtención de estos fines tan loables para el futuro de la vida y desde luego del ser humano.
Las organizaciones internacionales como la ONU, la OEA y muchas más, deben cesar en sus ya famosas cumbres ambientales y deberán disponer de mecanismos idóneos que capten recursos de todos los países del mundo, en pro de mejorar la capacidad de respuesta de la humanidad frente a tragedias que hoy vemos como de responsabilidad de cada país y que a la final afectan a toda la humanidad.
Duele en lo más profundo del corazón la indolencia con que vemos la desgracia ajena y la miopía que de ella se deriva, al no ser capaces de entender que esa desgracia también nos afecta y nos pertenece.
Los países desarrollados están en la obligación de compartir su riqueza , por vía de tasas ambientales internacionales, con los países en vía de desarrollo, esto a fin de incentivar a éstos a no depredar su medio ambiente y garantizar con esa contribución, la preservación tan necesaria por estos días, sino lo hacen, estarán entregando una patente de corso, a esos países para que exploten inmisericordemente sus hábitats, en procura de obtener recursos que garanticen una mejor calidad de vida de sus ciudadanos, no hacerlo sería un error irremediable para la humanidad entera.
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