Por: Dilmar Ortiz Joya/ Esta frase: “Vivir con intensidad” que se les escucha a diario a los jóvenes, pensaríamos en principio que tiene el significado acorde con el de disfrutar la oportunidad que el creador nos da cada mañana de agradecer la existencia y de enfrentar con ahínco los nuevos retos en la consecución de los sueños que cada uno de nosotros nos trazamos. Pero no es así. Dicha expresión acuñada en las mentes de quienes empiezan a vivir, la traducen en querer hacer del día una carrera para realizar, sin control alguno, todo lo que se les viene en gana.
De allí que es muy natural el encontrar sitios públicos que en las tempranas horas expenden a niños y adolescentes distintas clases de licores, cigarrillos y las diferentes clases de estupefacientes con el propósito, para ellos, de comenzar el día con toda la “intensidad” que la oportunidad de vida les depara sumado al ingreso a los juegos de azar para buscar una suerte cada vez más esquiva.
En esa maratón que comienzan, quieren alocadamente llegar lo más rápido posible a sus lugares de encuentro con sus “parches” y para conseguirlo conducen con “intensidad” sus motocicletas y automóviles realizando toda serie de malabares por la ciudad, irrespetando la autoridad y la ley y colocando en riesgo su propia integridad y la de los demás, pues la velocidad y el atrevimiento son insumos que necesitan para quemar adrenalina y poder tener historias intensas que contar de sus aventuras y hacerlas públicas en sus redes sociales para lograr la aceptabilidad.
En los colegios y universidades se ven grupos de alumnos que deambulan por los pasillos y salones, pero no buscando su profesor o la biblioteca, sino un lugar –ya no tan oculto – en donde dar “intensidad” a sus desafueros al vicio, para inyectarse, fumarse, tomarse e introducirse todo tipo de sustancias que los haga ver la vida de otra manera, es decir, a través de un emocionante e intenso vuelo por la nubes sin tener alas y/o paseando la estratosfera sin ser astronautas; porque esa es la vida con ímpetu que quieren vivir.
Se está iniciando el lunes y ya están haciendo toda clase de planes para el fin de semana lo cual incluye la rumba en los lugares “play” de la ciudad, (nadie discute que la rumba sea mala, lo malo es hacerla parte indispensable para desarrollar la personalidad) la ingesta descontrolada de licor y el uso de toda clase de estupefacientes, la satisfacción de la libido con quien sea, donde sea y a la hora que sea, la desaforada carrera en sus vehículos para llegar a los sitios de la ciudad en donde se vea el amanecer al lado de su pareja y sus “amiguis” y así poder tener una historia más que contar a los pocos minutos a través de las redes sociales en donde subir videos, fotografías y audios de lo que hicieron, les da “clase” y pueden dar fe de que efectivamente están viviendo la vida con la mayor intensidad esperada.
En esta alocada carrera por vivir emociones sin barreras, algunos dirán pero ala! son jóvenes y hay que dejarlos vivir a su manera, es un fiel reflejo del descuido y la desatención de los padres de familia que por estar ocupados en hacer “vida material” en conseguir dinero que les cubra el desaire hecho a sus hijos y así no sentir “mea culpa” por no dedicarles el tiempo suficientes para acompañarlos, aconsejarlos, vigilarlos y conducirlos por los caminos del bien; ha hecho hoy en día, que los muchachos no respeten su propia vida y por ende no van a respetar la de los demás comportándose de acuerdo a las sugerencias o consejos de sus “amigotes” que nada pueden aportar pues viven la misma película, convirtiendo su existencia en un calvario de errores y consecuencias dolorosas.
Cuando he enseñado la cátedra de derecho penal y realizado charlas y conferencias a jóvenes en colegios y universidades, quedan aterrados al conocer todas las consecuencias que se derivan del obrar conductualmente bajo la mentalidad errada de “vivir intensamente”, para citar un solo ejemplo, ignoran que el sostener relaciones sexuales, así sean consentidas, con persona menor de 14 años es delito en Colombia que acarrea pena de prisión de hasta 20 años con las consecuencias profundas para ellos y toda la sociedad y que decir de los homicidios y otros tipos penales en los cuales se pueden ver comprometidos.
Por esto necesitamos un mayor compromiso de los padres de familia para forjar mujeres y hombres con valores y principios que dediquen tiempo de calidad a sus hijos para ayudarlos a entender que la vida es rica cuando se disfruta despacio dándole el tiempo a la correspondiente madures. De igual forma a los docentes a los que aconsejo utilizar 10 minutos de su clase para orientar a sus discentes en el arte del buen vivir; a los dueños de los establecimientos de comercio (Bares, discotecas, moteles, casinos, etc.) los cuales deben entender que se tiene una corresponsabilidad social en todo lo que pasa y está pasando con los jóvenes en las ciudades de Colombia, comenzando por no permitir el ingreso y venta de licor a menores de edad, que dicho sea de paso, infringen la ley y dan el mal ejemplo de que efectivamente la ley se hizo para burlarla.
Los gobernantes deben tener dentro de los planes de desarrollo una efectiva política pública tendiente a impulsar actividades para que la “intensidad” de los muchachos se desborde a través del deporte, la recreación, la cultura, la lectura, la música, el arte. La iglesia debe tener el compromiso de llamar la atención en las homilías a todo el núcleo de la sociedad para que entendamos nuestra responsabilidad moral frente a las nuevas generaciones y finalmente a Dios pedirle para que ellos, los jóvenes, puedan “vivir con intensidad” pero conforme a su palabra.
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