Por: César Osorio Mancilla/ Puede imaginarse por un momento que viene viajando por carretera a punto de traspasar los limites departamentales y encuentras una valla que dice “¡Bienvenidos al paraíso, bienvenidos a Santander!
Use un poco más de creatividad y acompáñame a imaginar que Santander realmente sea un paraíso, con una malla vial impecable, con industria local fuerte, siendo líderes latinoamericanos en emprendimientos digitales, con sector turístico al nivel de los mejores en el mundo, con hogares sólidos, colegios y universidades de las mejores del continente que imparten una formación integral, Iglesias con una fe verdadera y no solo hablan de amor sino lo practican con su comunidad, con líderes sociales que no cambian por poder o dinero, un departamento cero corrupción, con violencia y hurtos a punto de desaparecer, entre otras cosas. ¿Cómo te sentirías en un departamento así?
Y tal vez estás pensando que es una utopía, pero permíteme decirle que estamos a más de mitad de camino de lograrlo, es más, soy un optimista que cree que estamos cerca de lograrlo solo nos falta unas cuantas cosas para alcanzar “el paraíso”. Le voy a ilustrar con una antigua historia.
En un bosque cerca de la ciudad vivían dos vagabundos. Uno era ciego y otro cojo; durante el día entero en la ciudad competían el uno con el otro por las monedas que daban las personas.
Una noche hubo un gran incendio en el bosque y sus chozas se quemaron.
El ciego podía escapar, pero no podía ver hacia donde correr, no sabía por dónde se extendía el fuego.
El cojo podía ver que aún existía la posibilidad de escapar, pero no podía salir corriendo – el fuego era demasiado rápido, salvaje-, así pues, lo único que podía ver con seguridad era que se acercaba el momento de la muerte.
Los dos se dieron cuenta que se necesitaban el uno al otro. El cojo tuvo una gran idea: «el otro hombre, el ciego, puede correr, y yo puedo ver». Olvidaron toda su competitividad y escaparon juntos del incendio.
En estos momentos críticos en los cuales ambos se enfrentaron a la muerte, necesariamente se olvidaron de toda enemistad, crearon un gran equipo de escape; se pusieron de acuerdo en que sus diferencias los fortalecían, en vez de separarlos. Así salvaron sus vidas. Y por salvarse naturalmente la vida, se hicieron amigos; dejaron su antagonismo.
Hoy tenemos una oportunidad enorme de unirnos por esta gran meta de sacar nuestro Santander adelante, no por competir con otros, sino para que los santandereanos tenga la mejor calidad de vida.
Generalmente un proyecto no alcanza el éxito, porque quienes lo integran no son capaces de convertir sus diferencias en fortalezas.
Tenemos grandes instituciones, un ADN de los mejores del mundo, pero aún seguimos encadenados a la envidia. Son pocos los partidos políticos en el departamento que están trabajando en unidad, la mayoría está en un incendio. A veces haciendo una oposición sin sentido ni fundamentos, otros pensando que su posición de poder los faculta para pasar por encima de sus colegas o subalternos. ¡Cuánto nos cuesta reconocer las virtudes del otro y poder trabajar en equipo por una causa común!
Mas que estar juntos en familia, negocios, iglesia o cualquier otro proyecto de vida, es más importante estar juntos en armonía, creando un gran equipo que alcancen metas.
Pero la unidad no comienza en el exterior del ser humano, la unidad comienza en su interior y para alcanzarla se requiere de un trabajo fuerte en nosotros mismos, desarrollar cualidades de carácter que nos permitan empatizar y asociarnos con los demás.
Generalmente no podemos hacerlo solos, necesitamos seguir las instrucciones que el dueño del paraíso nos dejó y pedirle que nos ayude a lograrlo.
Hoy quiero reconocer el buen espíritu que tiene Corrillos en cabeza de Juvenal Bolívar, que a través de la entrega de premios anuales tiene la capacidad de reconocer la buena labor que desempeñan durante el periodo grandes protagonistas de los diferentes sectores del departamento.
Ya casi llegamos, siempre adelante.
*Teólogo.
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