Por: Marco Aurelio Quiroga Velasco/ La obediencia para muchos puede significar respeto, una forma de reconocer la superioridad ajena, de entender formalmente que los pasos dados en caminos conocidos ha de traer prosperidad.
El atrevimiento es sin duda su antítesis, el polo opuesto que invita a levantar la mano en el sencillo conversatorio como en el más importante encuentro de la palabra.
Una corriente ecléctica nos puede ubicar en la inevitable relación entre la O y el A, al punto tal que su coexistencia es un nudo ciego.
¿En el paraíso Adán y Eva obedecieron a la culebra o se atrevieron poseídos por el inmenso poder de lo prohibido?
Este relato bíblico puede ser visto como el tímido inicio de la democracia, al tiempo que nos ubica sin aspavientos en la eterna obsesión del poder.
En nuestro diario vivir, estamos expuestos a obedecer o atrevernos. Sin querer censurar o probar, sea cual sea el camino escogido, nos parece oportuno hacer énfasis, hacer claridad meridiana que el pecado eterno es el silencio,
Esa costumbre imperdonable que unos llaman prudencia, otros, estrategia y algunos llaman responsabilidad; nos ubica en lo que he denominado el cáncer social: La esclavitud.
Los grilletes, la explotación, la violencia, el engaño, la coerción, el abuso de poder son elementos de la esclavitud histórica. La esclavitud en relación con el color de la piel, es otro de sus momentos.
Nuestro propósito es invitar a la reflexión en lo que concierne a una nueva forma de esclavitud hija del silencio; nos referimos a la “esclavitud cotidiana”. Ni Adán ni Eva guardaron silencio.
Nos exponemos a aceptar en el hogar para no romper eso que llamamos armonía, aquello que no es de nuestro mejor recibo. En el trabajo comulgamos con el vecino de oficina, para que el clima laboral no se afecte, en la vía pública nos desentendemos del infractor amparados en el cuidado de la tranquilidad personal, lo mismo hacemos en el aula de clase cuando prestamos al vago de la clase la última consulta para no perder su amistad.
Hemos decidido equivocadamente que la armonía del hogar, el clima laboral, la tranquilidad personal, la amistad es más importante para nosotros que la libertad de expresar lo que pensamos, como una conquista sin valor.
Sin duda, el silencio no solo nos hace cómplices, también apreciado lector nos hace esclavos cotidianos.
No creo que exista peor pecado que aquella decisión de guardar silencio. Los liderazgos y las conquistas les pertenecen a aquellos que un día decidieron levantar la mano, expresar su opinión, bien sea para la obediencia o para el atrevimiento.
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*Abogado, sociólogo, profesor universitario