Por: Rubby Flechas/ Muchos hablan de la contradicción entre el aumento de la vacunación y el aumento en los contagios. Pero no hay tal. Ojalá este tercer pico sea el último que tengamos que vivir.
Ya hemos visto cómo mientras se reducen los casos y las muertes en la población mayor de 80 años[1], las Unidades de Cuidados Intensivos empiezan a llenarse con pacientes más jóvenes que no han sido vacunados pero sí han disminuido las medidas de seguridad.
Chile ha sido un extraordinario caso latinoamericano de avance en la logística de vacunación, la cual tiene una gran explicación institucional, aunada con la temprana y exitosa negociación con las farmacéuticas. Sin embargo, poco se ha hablado de la capacidad instalada con la que cuenta el país desde los años 70`s a través de su Plan Ampliado de Inmunización para responder eficientemente a una vacunación masiva. Y esta capacidad institucional es una de las enseñanzas que nos deja esta historia.
A pesar de ello, vemos cómo ha sido exponencial igualmente el contagio. ¿Será culpa del Estado la responsabilidad individual que todos tenemos de cuidarnos y cuidar de los demás? Según altos funcionarios chilenos, faltaron campañas de concientización para mantener medidas de bioseguridad para que su población no se relajara tanto.
Los gobiernos están haciendo su parte al mejorar los procesos y al establecer planes de vacunación, pero no puede garantizar una normalidad sin antes alcanzar los porcentajes de inmunidad que garanticen efectivamente seguridad para toda su comunidad. Y peor aún, no puede responsabilizarse por los aumentos de contagios cuando somos nosotros como ciudadanos quienes armamos el desorden.
La causa del aumento en la velocidad de los vectores no es que no se hayan impuesto más restricciones a tiempo, es que hemos podido salir de compras, ir a restaurantes, a parques, y hasta hemos tenido la oportunidad o posibilidad de viajar casi sin ninguna restricción tanto al interior como al exterior. Y a mayor movimiento de las personas, mayor velocidad del contagio.
Estamos viendo cifras a las que no habíamos llegado nunca en tan poco tiempo, están muriendo personas jóvenes por falta de camas de cuidados intensivos. La juventud no nos salva por si sola si no podemos recibir la atención médica adecuada, y lo que muestran los datos es que hasta ahora estamos en el ojo del huracán.
Aún faltan los contagios de semana santa que todavía no han llegado a las clínicas y hospitales que ya están en muchas ciudades colapsadas, y que no van a tener cama para tanta gente.
Estamos agotados física y mentalmente, pero, aunque el gran logro de la vacunación ha sido disminuir el impacto en la población más vulnerable que ya está al menos parcialmente inmunizada, el efecto colateral – el cual era predecible- ha sido el falso sentido de seguridad que hemos ido construyendo con cada vacuna aplicada.
Estamos en el día uno de la pandemia donde no podemos asegurar que no estemos contagiados o que nuestros familiares o amigos no lo estén. Ni siquiera con una prueba PCR tendremos un cien por ciento de certeza. Tampoco podemos saber qué va a suceder si nos contagiamos o se contagian nuestros cercanos, eso aún no podemos controlarlo.
Lo que sí podemos es modular nuestras acciones de acuerdo con la información disponible, y en cuanto a la disponibilidad de los recursos que nos puede salvar la vida, ya sabemos que será difícil que podamos acceder a ellos, al menos por ahora.
En estos próximos meses podemos dilatar el paseo pendiente, o la fiesta que estamos programando. No caigamos en la trampa de creer que el riesgo ha desaparecido. Aprendamos de otros países que ya han transitado por el camino que acabamos de empezar. Está en nuestras manos que este sea o no el peor pico de la pandemia.
*Economista, especialista en gobierno, gestión pública, desarrollo social y calidad de vida.
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(Esta es una columna de opinión personal y solo encierra el pensamiento del autor).
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