Por: Manuel Fernando Silva Tarazona/ En primer lugar, es innegable que existen aspectos legítimos de crítica hacia la gestión de Petro. La economía ha sido un punto débil, con políticas que han despertado más incertidumbre que confianza en los mercados. La seguridad ciudadana también ha sido objeto de preocupación, con cifras que indican un aumento de la criminalidad en ciertas áreas. Sin embargo, ¿son estas las únicas realidades que impulsan las marchas, o hay algo más detrás de la fachada de protesta?
Lo que muchas veces se esconde detrás de estas marchas es una narrativa distorsionada, alimentada por la maquinaria propagandística de la oposición. Se difunden noticias falsas, se exageran cifras y se tergiversan hechos para pintar un cuadro apocalíptico de la gestión de Petro. Esto no solo es deshonesto, sino peligroso, ya que socava la confianza en las instituciones democráticas y genera un clima de confrontación que beneficia únicamente a los intereses más oscuros de la política.
Pero no se equivoquen, el fanatismo no es un privilegio exclusivo de la oposición. El gobierno de Petro también cuenta con sus propios seguidores acérrimos, dispuestos a defenderlo a capa y espada sin importar las evidencias en su contra. Para ellos, Petro es un mesías que puede hacer no solo lo imposible, sino también lo impensable, sin consecuencias. Este fanatismo ciego solo sirve para alimentar la polarización y cerrar los ojos a las legítimas críticas que deberían ser el motor de una democracia saludable.
Entonces, ¿cómo salir de este círculo vicioso de fanatismo y distorsión? La respuesta no es sencilla, pero pasa por un ejercicio de autocrítica tanto de la oposición como del gobierno. La oposición debe dejar de lado la demagogia y el oportunismo político, y centrarse en propuestas constructivas que contribuyan al debate público de manera honesta y responsable. Por su parte, el gobierno de Petro debe reconocer sus errores y estar dispuesto a rectificar, en lugar de cerrarse en una burbuja de autocomplacencia y negación de la realidad.
Pero más allá de las acciones de los políticos, la responsabilidad recae también en los ciudadanos. Debemos ser críticos, sí, pero también informados y conscientes de nuestras propias limitaciones y sesgos ideológicos. Debemos estar dispuestos a escuchar al otro y a considerar sus argumentos de manera objetiva, sin prejuicios ni agendas ocultas.
En última instancia, las marchas contra el gobierno de Petro son un reflejo de las tensiones y divisiones que atraviesan nuestra sociedad. Pero en lugar de alimentar el fuego de la confrontación, deberíamos verlas como una oportunidad para reflexionar sobre el tipo de país que queremos construir. Un país donde la verdad no sea sacrificada en el altar del fanatismo político, y donde el diálogo y el respeto mutuo sean los pilares de la convivencia democrática.
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