Por: César Mauricio Olaya/ Historias tejidas alrededor de una ventana podrían encontrarse en el universo infinito de lo que ellas traducen en la fragua donde el fuego, hecho sentimiento, se alía con las percepciones del orfebre que les dará forma y las materializará a la usanza de una joya que ha de pender del cuello anhelado de la amada desconocida. (Ver imagen)
Desde piezas de la literatura universal como la de Romeo y Julieta en el diálogo adornado de metáforas, ella tras la ventana del balcón y él, intrépido romancero, exponiendo sus floridos deseos a su amada; hasta las más vernáculas referencias de folclórica tradición que tantas veces hemos coreado acompañando los cantos del juglar Diomedes Díaz, cuando rememoraba sus serenatas de tres canciones frente a la ventana marroncita; en una y otro tiempo, la ventana goza de esa particular condición de interdicción entre los espacios, el adentro y el afuera, la presencia y la sugerencia.
La ventana siempre ha tenido para mí una especie de imán y muchas de ellas permanecen en los archivos de mis recorridos por calles de ciudades, de pueblos, de países. Es complejo definir donde está su magia, pero me atrae quizá más que el elemento físico que determina ese espacio de conexión entre el exterior y el interior de la casa o la función práctica de servir de fuente de aireamiento al interior de la vivienda, la conexión con eventuales imaginarios o interiorizaciones sentimentales más que físicas. La ventana, si la miráramos desde una perspectiva cuántica, podría ser interpretada como un conector entre dos universos, siendo cada uno de ellos, a su tiempo, un poseedor asociado a múltiples universos paralelos.
En alguna oportunidad compartía esta reflexión con mis alumnos de la cátedra de fotografía en el programa de comunicación social, donde la ventana se convertía en objeto de análisis sobre el tema de qué fotografiar. Les decía que asumieran el papel de observadores y se detuvieran a escuchar el diálogo de tres personajes parados frente a una ventana de esas curiositas, pequeñas, ínfimas, casi inútiles, pero esencialmente bellas ventanas que adornan las fachadas de Barichara.
El primero de estos personajes era un ingeniero civil y por ende, su condición de analítico, su formación absolutamente positivista en torno a la certeza y justificación del uso y la practicidad lógica, eventualmente lo llevarían a juzgar el sentido del para qué construir una vivienda con unas ventanas de tan ínfima dimensión. Qué sentido tiene construir una ventana de este tipo donde ni aire suficiente y mucho menos luz resultan significativos para cumplir con los cánones de uso en la materia.
Ahora el diálogo se amplía con la presencia del arquitecto, quien interviene en la reflexión del ingeniero, argumentando que a su juicio, la ventana con esas características no obedece a un criterio netamente práctico, sino esencialmente estético. En los márgenes espaciales sobre el área visible de la fachada, localizar esta ventanita le provee una característica minimalista, que define lo esencial de hacer visible lo mínimo para hacer grande lo que en apariencia es discreto.
Por último, aparece en la escena el bicho raro, el fotógrafo extasiado en la composición de sus fotos sobre la ventana imanada que atrajo su mirada y que materializó en sus obturaciones. Para el fotógrafo tras esa ventana discreta hay mil historias para convocar. Poco le ha de importar que no cumpla función alguna en materia de iluminación o ventilación. Algo le interesará en la perspectiva del arquitecto y su apreciación objetual desde el minimalismo, pero lo verdaderamente esencial se lo dicta su alma y el sentido de la belleza sin argumento distinto al de ese pálpito que le asiste y que conecta cerebro, corazón, ojo con ese ¨pincel¨ que transforma la luz en una fotografía.
Ahora, dónde radica la esencia de este discurso sobre la estética y la belleza en la fotografía, si de hecho, existen corrientes dentro de la misma fotografía que le apuntan a hacer de lo feo algo bello? – Con certeza no alcanzarían mil, dos mil, tres mil o diez mil palabras para dirimir la esencia de la belleza.
Uno de los tratados más amplios y completos sobre su sentido, lo hizo el semiótico italiano Humberto Eco en su obra Ensayo sobre la Belleza, que al igual que ha sucedido con el centenar de aproximaciones documentales que buscan definir lo bello, Eco lo dirime a partir del análisis de la interpretación de la mujer como ideal y sus distintos cultos hechos pinturas, partiendo de la obra la Venus de Willendorf, una escultura boteriana que data del año 2.800 A.C., hasta llegar a una fotografía del célebre calendario de la marca de vestidos de baño Pirelli, con el protagonismo de la actriz y modelo Mónica Belluci, donde el argumento de sus formas está en plena contraposición con la escultura en comento.
Qué opiniones se podrían derivar de la opinión y de los puntos de vista esgrimidos por los protagonistas de esta historia? – creo sinceramente que llegaríamos a una discusión bizantina sobre las razones, todas válidas desde cada perspectiva. Por eso, acá lo realmente importante es dejar que cada persona desde su óptica, desde la interiorización de sus percepciones, haga la debida lectura y simplemente opte por el consabido ¨me gusta¨ o el también respetable punto de vista: no me dice nada.
La fotografía que hoy pongo en el atril de las mil palabras para una imagen, por ejemplo, representa la esencia de lo primario que se consolida en dos universos paralelos: el de la ventana discreta de esta casa del municipio de Pinchote y en la consolidación del concepto de la ternura en la presencia de esta hermosa niña que en mezcla de coqueta y tierna, extiende en su inocente sonrisa, mil razones para retratarla en la sindéresis perfecta de la seducción de la belleza que hace que para el espíritu sensible, resulte imposible de pasar desapercibido.
“Pero morenita de ojos negros, ven y asómate a la ventana. A la ventana marroncita…”
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