Por: Marco Aurelio Quiroga Velasco/ En política, son muchos los enemigos letales para avanzar en la consecución de mejores logros, de victorias electorales que consoliden proyectos ciudadanos. Uno de ellos es el “orgullo”.
El ser humano ha nacido para competir y en la competencia para ganar; curiosamente la fecundación es el resultado de una carrera de millones y millones de competidores, solo uno gana.
El orgullo es una pared que no se dobla, es un dialogo entre mudos y así es imposible ganar; así solo es posible el fracaso general, la caída al vacío y al arrepentimiento futuro cuando ya todo es inevitable. El ejercicio es dignificante y dice mucho de la edad mental como especie, escuchar al otro, aceptar una cita para acercarnos al camino, es esa “la tercera vía” que los amigos de la polarización política no aceptan porque es en la permanente contienda (como estrategia) que sobreviven políticamente. Son los tiempos justos para toparnos en la tienda del pueblo, en la esquina de la gran ciudad o en la sala de una casa amiga. La política nos exige ceder, como el amor en primavera.
Nada puede ser más importante que nuestro ego, cuando el silencio es un grito entre líderes públicos. Es la antítesis misma.
Como todo cáncer que se respete, la polarización nacional hizo metástasis en las localidades, en un peligroso endoso que tiene a vecinos, amigos, aliados y hasta familias en una encrucijada que solo deja vergüenzas. Esa encrucijada no es otra, que la de priorizar los intereses individuales a los intereses nacionales.
Le dije a un amigo que, si era necesario, ir hasta la luna en busca del amigable componedor, pues es urgente hacer maletas; pero sin contarle ni a Uribe ni a Petro; así están las cosas.
Nuestra democracia es un cuerpo que igual envejece, que igual se enferma y nada menos apropiado que una vejez a solas como el poema de Arciniegas; sin interlocutores; sin respuestas a tantas preguntas.
Los vecinos han mutado a una dictadura democrática, es decir una democracia donde se pierden las elecciones, pero no el poder; esa forma es una consecuencia de la fuerte polarización política que Venezuela vivió hace un poco más de 30 años.
En la polarización no hay dialogo y el fin de aquella es la Dictadura. Es este el camino que Colombia desanda.
Resulta urgente contestar la pregunta que es título de la presente columna de opinión.
Es nuestra obligación empezar a prepararnos de la mejor forma, para la fiesta de la Democracia 2026, con el mejor traje, el regalo más útil, la mejor actitud en compañía de los nuestros, bien informados para elegir los mejores candidatos al congreso y a la presidencia de la Republica. Es hora de decir “no” a la polarización, al orgullo y aceptar la cita para el dialogo amable.
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*Abogado, sociólogo, profesor universitario
El diálogo conlleva la concertación, cuando nuestro punto de vista no se radicaliza