Por: Claudia Acevedo/ “La manera más profunda de sentir una cosa, es sufrir por ella”: Gustave Flaubert.
¿Sentimos el encierro o sufrimos por él? La pandemia es algo a lo que no estábamos preparados, y nos llevó a cambiar en nuestra forma de relacionarnos con familia, amigos y compañeros de trabajo. El no poderse abrazar, tomar de la mano.
El confinamiento nos llevó a trabajar en casa, convivir con la familia con la que solo compartíamos dos a tres horas al día y ahora todos estamos en casa. Los noticieros, prensa nos informan a diario acerca de los avances del virus a nivel mundial, lo cual nos angustia como pasan los días y no sabemos si esto acabará.
Las falsas noticias nos llenan de dudas miedos e incertidumbres, de qué hacer para no contagiarnos o contagiar a otros. Después de tanto tiempo en casa ya nos han autorizado salir a la calle para comprar vivieres o ir al trabajo. El miedo aumenta al salir a la calle porque “si me contagio, quizás contagie a mi familia”.
Está bien cuidarnos y cuidar de los que quiero, pero esto cuando es llevado al exceso nos puedes provocar consecuencias como generar angustias, miedos, ideas irracionales, limpieza excesiva.
La etapa pospandemia después de meses de confinamiento por el coronavirus ha puesto a muchas personas, de diferentes edades, las cuales se niegan a volver a salir a la calle por miedo, por supuesto el Covid-19 va a plantear una nueva normalidad la cual no solo implica el distanciamiento físico, también cambio la forma como vestimos haciendo uso de mascarillas, lavado de manos, distancia de seguridad, en el sanitario nos ha afectado el Covid-19 con miles de muertos, millones de contagiados), sino que ahora viene “el día después”.
Como aquel dicho conocido “Cuando acaba la tormenta llega la calma”, desde que se han relajado las medidas de confinamiento y se puede salir a la calle, hay muchas personas que aún se niegan a dejar su casa; otras en cambio literalmente no pueden, su cuerpo no le permite caminar: demasiado dolor, demasiada rigidez, demasiada atrofia.
A pesar de insistirles en moverse, tomar el sol en el balcón y no quedarse inactivos, en la mayoría de los casos no ha sido suficiente. Ese paseo diario, las salidas, los estímulos que venían de la calle, se cancelaron con el confinamiento tan agresivo que hemos sufrido.
Tanto celo en controlar la pandemia que ahora vienen otras consecuencias, no tan mortales como el Covid-19 pero igual de demoledoras para la calidad de vida de nuestros mayores. Fracturas vertebrales sin traumatismo debido a la osteoporosis tan severa que ha provocado la inactividad, rigidez desmedida en rodillas y caderas que les impiden poder vestirse con normalidad, necesidad de ayuda para caminar mediante un andador o bastón en personas que antes eran totalmente autónomas, sobrepeso importante, descontrol de las cifras analíticas de colesterol o azúcar, desajuste de la tensión arterial. Una cascada de desastres que va a costar mucho trabajo revertir.
El Covid-19 ha sido y es el gran protagonista que acapara todos los recursos sanitarios, al menos hasta ahora; aunque sigue activo y matando personas, el resto de las enfermedades que han seguido ahí, tapadas por el miedo, por la ansiedad y por la inseguridad, pero han permanecido agazapadas hasta que han despertado cuando se ha decidido recuperar la vida de antes. Las personas mayores se encuentran permanentemente en un equilibrio muy inestable; cualquier pequeña cosa hace que ese castillo de naipes se venga abajo: una caída, un resfriado o una simple diarrea.
Actualmente hay otra realidad que nos está afectando más que el confinamiento tanto en lo físico como en lo psicológico: muchas personas se niegan a salir a la calle, y no hablo solo de gente mayor, sino de niños, adolescentes y personas de cualquier edad. Esto es un tipo de ansiedad denominado Síndrome de la Cueva. Esta conducta tiene varios motivos: las personas mayores se han dado cuenta de su limitación física para salir a la calle y se conforman con pequeños paseos por casa, todo sea por evitar una caída al sentirse realmente inseguros, en los niños es difícil poder hacerles entender que no se podía salir a la calle, adultos mayores y niños a videoconferencias en clases virtuales, misas, cumpleaños en la distancia, al no poder visitar a familiares o amigos. Una nueva normalidad impuesta y a la que se han adaptado perfectamente, pero que habrá que revertir.
Otra población vulnerable son aquellas personas con miedo a la enfermedad, pero no un miedo lógico, uno desmedido que les provoca ansiedad cada vez que escuchan, ven o leen algunos síntomas, son los hipocondríacos. Ellos son los que peor lo pasan sobretodo en situaciones como ir al súper es un mal rato, tirar la basura o sacar al perro es una odisea. Consideran que estar en casa están en un entorno seguro, por ello cada vez que les traen alguna entrega o salen a la calle, multiplican por mucho las conductas de limpieza y desinfección que se deben seguir hasta el punto de estar completamente obsesionados.
Es importante dar a conocer a las personas lo importante de salir sobre todo para la salud, caminar 30 minutos al día con las medidas de seguridad preventiva, saludar a los vecinos, en el caso de los mayores, siempre deben estar acompañados, los niños salir tres días a la semana como minino.
Es así que surge la pregunta: ¿Esta nueva normalidad puede ser anormal para nuestra salud física y mental?
*Psicóloga y Co-fundadora de la LICMA Liga del Conocimiento y Salud Mental.
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