¿Quién dijo que la edad es obstáculo para estudiar? Doña Pastora es el vivo ejemplo de que no es así y de que nunca es tarde para aprender -en una ciudad como Medellín– que cada día brinda más oportunidades a sus mujeres de tener un mejor y esperanzador futuro para sus vidas.
Los 74 años de doña Pastora no fueron excusa para no asistir a la escuela. Ella desde siempre se mostró inquieta por los temas de educación, pero al igual que tantas mujeres de su generación, se vio obligada a dejar sus estudios cuando solo tenía siete años.
Para Pastora la vida en su natal Guaviare nunca fue fácil. “Si las condiciones para las mujeres en Medellín no son fáciles, imagínese por allá tan lejos y con tan poquitas oportunidades”, afirma esta mujer, madre de cuatro hijos varones y abuela de 16 nietos.
El caso de doña Pastora es el de muchas mujeres que han llegado a Medellín huyendo de la violencia, del abandono y del olvido de esos alejados territorios de nuestra geografía nacional, y aunque extraña muchas de las cosas de su tierra -en especial los inigualables paisajes de su llano- admite que esta ciudad le ha dado oportunidades que siempre soñó alcanzar, como la educación, así sea a sus 74 años, pues como ella dice; “nunca será tarde para estudiar”.
Pastora Calderón Arcila llegó a Medellín hace siete años y se estableció en el barrio La Avanzada. Allí decidió echar raíces con su familia, y sin proponérselo se enteró del programa La Escuela Encuentra o como dice ella: “la escuela me encontró a mí”.
El estudio, su prioridad
Su edad avanzada no fue obstáculo para aventurarse a soñar, así que, sin más, se lanzó a la idea, reunió a su familia y les dijo: “Les tengo una noticia: ¿Cómo les parece que voy a volver a estudiar?”. Al principio encontró escepticismo y hasta resistencia por parte de sus hijos, y es que, según ella, no daban crédito a su noticia. Solo hasta el día que la vieron tomar sus cuadernos y dirigirse al colegio Gente Unida-Jóvenes por la Paz del barrio Santo Domingo, se la creyeron.
Ella admite que al comienzo le costó mucho adaptarse a la educación, a las tareas, a las lecciones y especialmente a estudiar con gente mucho más joven, pero eso no le importó porque tenía claro lo que quería para su vida: “estudiar y dar ejemplo a mis hijos y a mis nietos de que esto sí se puede y que nunca es tarde, es lo que yo quiero hacer; por eso no me importa que yo sea la alumna más grande”, admite entre risas.
Hoy doña Pastora cursa el décimo grado y cree que este año logrará su diploma de bachiller “si Dios no me llama a cuentas”. Seguramente su empeño y tenacidad harán realidad su sueño de siempre.
Y es que, como doña Pastora, muchas mujeres de Medellín -no solo de la ciudad rural, sino también de la urbana- tuvieron que dejar sus estudios a muy temprana edad; ya fuera por razones económicas, sociales o culturales, que las llevaron a salir a buscar una forma de ganarse la vida y aportar al sostenimiento del hogar.
Historias comunes de pocas oportunidades
Para muchos habitantes de Medellín es común escuchar la historia de madres, tías o abuelas en las que relatan cómo desde muy pequeñas tuvieron que abandonar la escuela para dedicarse a trabajos informales en casas de familia. Algunas encontraron posibilidades de empleo en la nueva industria creciente de la pujante ciudad de los años 50 y 60, y otras -en el mejor de los casos- asumieron el cuidado o crianza de sus hermanos pequeños para posibilitar el trabajo de sus padres y madres y otras, fueron madres y esposas a muy temprana edad.
Estos cuentos familiares relatan como las numerosas familias paisas -conformadas en la mayoría de los casos por más de siete hermanos- no permitían la posibilidad de un nivel de educación muy avanzado. Las décadas de los años 50 y hasta finales de los 70, se caracterizaron por una dominante precariedad en el acceso a la educación.
La educación en los años 50 se puede decir que era para ricos, ya que solo los que provenían de una familia adinerada podían permitirse el lujo de asistir a la escuela, y más aún, pagarse unos estudios superiores.
Fue justamente este panorama el que hizo que la educación para las mujeres se ubicara en un segundo plano, puesto que sus prioridades se orientaban mayormente a las labores domésticas o del cuidado del hogar.
Y es que las cifras lo corroboran, de acuerdo con el Censo Nacional de Población y Vivienda de 1964, la tasa de analfabetismo en personas mayores de 15 años en Colombia era de 27.1%; y en 2005 de 8.4%, mientras que en el 2018 tan solo el 5.1% de las personas de esas edades no sabían leer, ni escribir.
Más mujeres alfabetizadas
Según declaraciones de la Unesco «a pesar del incremento constante de las tasas de alfabetismo en los últimos 50 años, aún hay 773 millones de adultos analfabetas en el mundo, de los cuales la mayoría son mujeres”.
En Colombia -contrastado con datos suministrados por el Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas (DANE)- la tendencia con respecto al sexo y el alfabetismo presentaba una variación diferente en este país. En 1964, el 71.1% de las mujeres mayores de 15 años sabían leer y escribir, mientras que el 75% de los hombres de esas edades contaba con dichas competencias.
Sin embargo, aunque los datos no son muy notorios, las cifras han comenzado a revertirse. Según la Gran Encuesta Integrada de Hogares, para 2018 se evidenció que, contrario al panorama mundial, en Colombia son más las mujeres que saben leer y escribir que los hombres que cuentan con estas competencias. El 93.9 % de las mujeres mayores de 15 años del país saben leer y escribir, mientras que de los hombres lo hace el 93.1%. La diferencia no es abismal, pero es una cifra para resaltar.